La sombra tras el humo: la difícil tarea de identificar a un incendiario
Cada verano, las llamas devoran parte de la riqueza natural de El Bierzo, dejando un paisaje desolador y una pregunta en el aire: ¿quién está detrás? Más allá de la tragedia medioambiental, se esconde una compleja labor de investigación para poner nombre y apellidos a los responsables. La Guardia Civil, y en especial el Seprona, se enfrenta a un enemigo que conoce el terreno, actúa con sigilo y, a menudo, vive entre sus propias víctimas.
La dificultad no es menor. Probar que un fuego ha sido intencionado exige pruebas contundentes, algo casi imposible de obtener cuando el propio delito destruye cualquier rastro. Los agentes deben convertirse en auténticos detectives del monte, analizando desde la dirección del viento hasta el punto exacto de inicio para desenmarañar la madeja.

¿Son todos los incendios provocados?
Aunque la palabra «pirómano» resuena con fuerza, no todos los fuegos que asolan la comarca son obra de una mente malintencionada. Las estadísticas oficiales revelan una realidad más compleja. Según datos del Ministerio para la Transición Ecológica, un gran porcentaje de los incendios forestales en España tiene su origen en negligencias y accidentes.
Una chispa de una desbrozadora, una barbacoa mal apagada o una quema de rastrojos que se descontrola son causas tristemente comunes. Sin embargo, la intencionalidad sigue siendo un factor clave, representando más de la mitad de los casos investigados. Es en este punto donde la investigación se centra en trazar el perfil del incendiario.
La compleja caza del culpable
La investigación de un incendio provocado es una carrera contrarreloj. Los agentes del Seprona peinan la «zona cero» en busca del artefacto iniciador, que puede ser desde un simple mechero hasta sistemas más elaborados con retardo. Como parte de sus planes de prevención, Protección Civil utiliza tecnología avanzada y patrullas constantes, pero la inmensidad del territorio juega a favor del delincuente.
El círculo de sospechosos a menudo se reduce a personas con un vínculo directo con la zona. En El Bierzo se han dado casos de individuos investigados en áreas como Ponferrada o Fabero que contaban con antecedentes o un conocimiento exhaustivo de los montes. El objetivo de los agentes es conectar a esa persona con el lugar y el momento del incendio, una tarea que requiere paciencia y un meticuloso trabajo de campo.
Retrato robot del culpable: ¿Quién quema el monte?
Lejos del mito del enfermo mental que disfruta viendo arder el fuego, el perfil del incendiario suele ser más pragmático y cercano. Generalmente, es un hombre, residente en la zona, que conoce cada atajo y cada sendero. Sus motivaciones son variadas y, a menudo, mezquinas: venganzas personales, rencillas entre vecinos, la intención de generar pasto barato para el ganado o incluso facilitar la caza.
La historia reciente de la comarca está marcada por fuegos devastadores en enclaves como los Montes Aquilianos o los Ancares. Detrás de muchos de ellos, las sospechas recaen sobre individuos con un «pasado pirómano», personas ya conocidas por las fuerzas de seguridad cuyo rastro se sigue de cerca cada vez que se activa una alerta.
¿Qué penas enfrentan los incendiarios?
El Código Penal español es muy severo con los delitos de incendio forestal. Las penas de prisión pueden oscilar entre uno y cinco años, pero se agravan considerablemente si el fuego ha puesto en peligro la vida de personas o ha afectado a espacios naturales protegidos, pudiendo alcanzar hasta los 20 años de cárcel. Además, los condenados deben hacer frente a multas millonarias y a la responsabilidad civil por los daños causados, que suelen ser incalculables.