A veces, el cielo de León se tiñe de un extraño color anaranjado y un persistente olor a quemado flota en el aire. No, no es un incendio a las afueras de la ciudad. A menudo, es el eco lejano de fuegos como los que han afectado a zonas como La Cabrera, un recordatorio de que sus consecuencias viajan decenas, e incluso cientos, de kilómetros. Pero más allá de la molestia olfativa, ese humo esconde un cóctel de partículas y gases que supone un riesgo real para nuestra salud.

Más allá del olor a quemado: ¿qué respiramos?
Cuando respiramos el aire cargado por un incendio forestal, no solo inhalamos cenizas visibles. Lo más peligroso es lo que no se ve. El humo está compuesto por una mezcla de gases tóxicos, como el monóxido de carbono, y, sobre todo, por partículas en suspensión muy finas, conocidas como PM2.5. Estas partículas son tan diminutas que pueden esquivar las defensas naturales de nuestro sistema respiratorio y alojarse en lo más profundo de los pulmones, llegando incluso al torrente sanguíneo.
Organismos como la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR) advierten constantemente sobre cómo esta mezcla puede provocar desde irritaciones leves hasta el agravamiento de patologías crónicas graves.
¿Quiénes corren más riesgo con el humo de un incendio?
Aunque nadie está exento de sufrir los efectos del humo, hay grupos de población especialmente vulnerables a sus componentes. La exposición, incluso a bajos niveles, puede ser especialmente perjudicial para ellos.
- Personas con enfermedades respiratorias: Pacientes con asma, EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) o bronquitis crónica pueden sufrir crisis agudas.
- Personas con problemas cardíacos: El humo puede aumentar el riesgo de angina de pecho, infartos o arritmias.
- Niños y ancianos: Sus sistemas respiratorio e inmunitario son más frágiles, lo que los hace más susceptibles a las infecciones y a la irritación.
- Mujeres embarazadas: La exposición puede afectar tanto a la madre como al desarrollo del feto.
Los efectos que no debes ignorar
Los síntomas más comunes y de aparición rápida son fáciles de reconocer: picor de ojos, irritación de garganta, secreción nasal, tos y dificultad para respirar. En algunos casos, también pueden aparecer dolores de cabeza o mareos. Estos signos son una alerta de nuestro cuerpo de que el aire que estamos respirando no es saludable y debemos tomar medidas.
Sin embargo, el verdadero peligro reside en las consecuencias a largo plazo, ya que la inflamación sistémica que provocan estas partículas puede agravar silenciosamente problemas cardiovasculares y respiratorios preexistentes.
¿Cómo puedo protegerme eficazmente del humo?
La mejor defensa es evitar la exposición. Según recomendaciones de entidades como los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, cuando la calidad del aire sea mala debido al humo, lo más sensato es seguir unas pautas claras:
- Permanecer en interiores: Es la medida más efectiva. Mantén puertas y ventanas bien cerradas para evitar que el aire contaminado entre en casa.
- Evitar el ejercicio físico al aire libre: Al hacer deporte, respiramos más profunda y rápidamente, lo que aumenta la cantidad de partículas que inhalamos.
- Usar purificadores de aire: Si dispones de uno, utilízalo. Los que cuentan con filtros HEPA son especialmente eficaces para atrapar las partículas finas.
- Utilizar mascarillas adecuadas: Si es imprescindible salir al exterior, las mascarillas FFP2 o FFP3 (o sus equivalentes N95/P100) ofrecen una buena protección, a diferencia de las mascarillas quirúrgicas o de tela.
En definitiva, la próxima vez que el olor a quemado llegue a tu ventana, recuerda que no es solo una molestia. Es una señal para proteger tu salud y la de los tuyos de un enemigo invisible pero real.