Un antes y un después en la historia del fuego
El verano de 2022 dejó una herida imborrable en el corazón de Zamora y en la memoria de toda España. El incendio que comenzó en Molezuelas de la Carballeda no fue uno más; se convirtió en un monstruo de fuego que devoró la Sierra de la Culebra, marcando un punto de inflexión y ostentando el triste récord de ser el peor desastre forestal desde que existen registros en nuestro país.
No se trataba solo de la extensión, que superó las 55.000 hectáreas calcinadas sumando los dos grandes focos de aquel fatídico verano. Lo que realmente alarmó a los expertos fue su comportamiento. Estábamos ante un fenómeno de una nueva era: los incendios de sexta generación, capaces de crear sus propias condiciones meteorológicas y avanzar a una velocidad y con una virulencia nunca vistas.

¿Qué es exactamente un incendio de sexta generación?
Quizás te suene a ciencia ficción, pero es una realidad cada vez más frecuente. Un incendio de sexta generación es aquel que libera tal cantidad de energía que modifica la atmósfera a su alrededor. Genera pirocúmulos, nubes de tormenta propias que provocan vientos erráticos, lanzan pavesas a kilómetros de distancia y pueden incluso generar rayos, creando nuevos focos secundarios. Son, en esencia, impredecibles e inextinguibles con los medios convencionales hasta que las condiciones meteorológicas generales no cambian.
Un récord que nadie quería batir
Hasta ese momento, el incendio de las Minas de Riotinto (Huelva) en 2004 era la referencia en cuanto a superficie quemada. La Sierra de la Culebra lo superó con creces, dejando un paisaje lunar donde antes había uno de los enclaves de biodiversidad más importantes de Europa. La causa inicial, una serie de rayos caídos durante una tormenta seca, solo fue el detonante de una catástrofe que se venía gestando durante años.
¿Por qué la despoblación agrava los incendios?
El cambio climático, con olas de calor cada vez más extremas y sequías prolongadas, es el motor principal. Sin embargo, el abandono del medio rural es el combustible que alimenta la hoguera. Durante décadas, la ganadería extensiva, la agricultura y los aprovechamientos forestales mantenían los montes limpios, creando discontinuidades en la vegetación que actuaban como cortafuegos naturales. Hoy, con muchos pueblos vacíos, el bosque acumula una cantidad ingente de biomasa (matorral y madera seca) que, en condiciones extremas, se convierte en un polvorín.
La tragedia de la Culebra, confirmada como el mayor incendio de la historia de España, no es solo una estadística. Es un aviso urgente sobre la necesidad de adaptar la gestión de nuestros montes a una nueva realidad climática y demográfica. La cicatriz que dejó en Zamora es un recordatorio permanente de la fragilidad de nuestros ecosistemas y del desafío que tenemos por delante.