El eco de Roma en las aguas de León
En el corazón de la provincia de León, un río fluye silencioso, guardando en sus orillas un secreto milenario. No es el más caudaloso ni el más famoso, pero el Río Eria es un libro de historia a cielo abierto, un paisaje que narra la épica fiebre del oro que consumió al Imperio Romano. Mucho antes de que Las Médulas se convirtieran en el icónico símbolo de la minería romana, las legiones ya habían puesto sus ojos en las aguas del Eria y las montañas que lo rodean.
Su cauce, que serpentea por las comarcas de La Cabrera y La Valdería, fue escenario de una de las explotaciones auríferas más extensas y sorprendentes del noroeste peninsular. Lo que hoy vemos como un paraje natural de serena belleza es, en realidad, la cicatriz de una colosal obra de ingeniería destinada a saciar la sed de oro de Roma.
Ingeniería que movía montañas: la ‘ruina montium’
Para arrancar el preciado metal de las entrañas de la tierra, los romanos desplegaron una técnica tan brillante como destructora: la ‘ruina montium’ o ‘derrumbe de montes’. Este método, hermano del que se usó en las cercanas y monumentales Médulas, consistía en una obra de ingeniería hidráulica a gran escala. Se construían complejos sistemas de canales para captar agua a kilómetros de distancia y almacenarla en depósitos situados en las cimas de las montañas ricas en oro aluvial.
Cuando los depósitos estaban llenos, el agua se liberaba de golpe, generando una fuerza torrencial que literalmente reventaba la montaña. La mezcla de agua, lodo y piedras era conducida por canales de decantación donde las pesadas partículas de oro se depositaban en el fondo. Este sofisticado conocimiento del terreno y de la hidráulica transformó el paisaje para siempre.
¿Qué son exactamente las ‘murias’ y ‘cavenes’ del paisaje?
Son las huellas más visibles de esta actividad frenética. Las ‘cavenes’ son las grandes excavaciones y socavones de tierra rojiza que quedaron tras el derrumbe de los montes. Por otro lado, las ‘murias’ son los inmensos montículos formados por los cantos rodados que los mineros desechaban tras lavar el material en busca de oro. Caminar hoy por el valle del Eria es pasear entre estos gigantescos testigos de piedra, acumulaciones que hablan de un esfuerzo humano y un impacto ambiental sin precedentes para la época.

Un viaje por La Cabrera y La Valdería
Recorrer la ribera del Eria, desde su nacimiento cerca de Truchas hasta su desembocadura en el Órbigo, es una experiencia única. El contraste entre la naturaleza que ha reclamado su espacio y las heridas aún visibles de la minería crea una atmósfera casi mágica. Localidades como Nogarejas o Castrocontrigo son excelentes puntos de partida para explorar la zona.
El legado romano no se limita a las minas. La región está salpicada de restos de calzadas, puentes y asentamientos que daban servicio a esta enorme industria. Explorar la Ruta Romana del Oro en La Cabrera es una forma fantástica de comprender la magnitud de la presencia imperial en estas tierras leonesas y el ingenio que desplegaron para explotar sus recursos.
El misterio oculto en un nombre
Incluso el topónimo ‘Eria’ parece susurrarnos su pasado. Aunque no hay un consenso definitivo, algunas teorías sugieren que podría derivar del latín ‘aerarium’, que significa ‘tesoro público’, en clara alusión a la riqueza que este río aportaba a las arcas del Imperio. Otros lo vinculan a ‘aes’ (cobre o bronce), indicando la riqueza mineral general de la zona.
¿Todavía se puede encontrar oro en el Río Eria?
Esta es la pregunta que muchos se hacen al conocer su historia. Si bien es cierto que los romanos realizaron una explotación masiva, es prácticamente imposible que extrajeran el 100% del metal. A día de hoy, todavía es posible encontrar diminutas partículas de oro, conocidas como ‘polvo de oro’, mediante el bateo. Sin embargo, no hay que esperar encontrar grandes pepitas. La verdadera riqueza actual del Eria no es el oro que queda en su lecho, sino su incalculable valor paisajístico, histórico y natural, un tesoro que sí está al alcance de todos.